Poemas E Historias, por Carlos Nordt
La Mosca Verde, tiene el honor de presentar como agregado cultural de esta prestigiosa institución a Carlos Nordt, personaje ilustre, enigmático y relevante de la zona del Nevado de Toluca, comprometido con la divulgación literaria e histórica de la época, reúne en esta distinguida pagina, sus poemas, historias y pensamientos más profundos, que a través de sus cuantiosos años de experiencia en la materia, ofrece como legado a la comunidad erudita e interesada.
Todas las ilustraciones son de
cortesía de Don Gustav Doré,
viejo amigo de la familia....
Todos los derechos reservados
por Carlos Nordt, 2017
Contacto: cderh@prodigy.net.mx
Mosca verde panteonera
Me provocas confusión
Si es que tú me das flojera
Amor, risa o emoción
Siento gran tranquilidad
Si me vienes a inspirar
Nobleza, mucha amistad…
O solo ganas de orinar
En este caso anunciar
Sin que el aliento nos sobre
Pues me van a perdonar…
“Voy a mear, y puede que obre”
Mosca verde panteonera
No te dejo de admirar….
Tarde bella y luminosa
Que invita a reflexionar...
Paisaje de paz y encanto
Que no puedo contemplar...
Y es porque ya no me aguanto,
Estas ganas de cagar!
Al dulce hogar ha llegado
El marido canta y canta
“Morena color de llanta
ya llegó tu rin cromado”
La esposa, que es una santa
Limpia, barre, hace el planchado
Corre y va al Supermercado
Y a catorce hijos aguanta
El trabajo no la espanta
Ni sus problemas le afectan,
Y las visitas comentan:
De verdad… es una santa!
En la pared hay un nicho
Donde suben a esa santa
Ahí solita se aguanta
Y es “por cuidarla” le han dicho
Si se aparece el marido
Llega buscando a la esposa
Baja del nicho te pido…
Le dice con voz ansiosa
Como el mayorcito dijo
Mejor no se la bajamos
Por que si nos descuidamos
Se la tumba… y le hace otro hijo!
SUEÑO? .. REALIDAD?
Esa tarde, tomé uno de los doce tomos de aquel muy
antiguo diccionario que hacía años nadie consultaba.
Estaba en la biblioteca de la casa que era de mi familia
desde hacía cuatro generaciones.
Casa amplia, tranquila, como la mayoría de las casas
grandes de esa ciudad de provincia. Vivía ahí solo.
Mi esposa, lamentablemente había fallecido hacía algunos
años. Mis hijos ya se habían casado y yo ya estaba
acostumbrado a la soledad y al silencio. La biblioteca estaba
en la estancia de la casa, que yo había adaptado como mi
oficina.
Al retirar el diccionario, me extrañó que en la madera
del fondo del librero se percibía una rendija perpendicular
que atrás de otros libros, se prolongaba hacia un lado y hasta
el piso hasta formar una estrecha puerta. Con facilidad, pude
retirar los tablones en los que se acomodaban esos libros,
y quedó a la vista y accesible tal puerta.
Profundamente intrigado, la empujé, rechinó ligeramente y con algún esfuerzo pude abrirla. Obviamente, hacía muchos años que no se abría.. Y entré.
Empecé a sentir paz, tranquilidad, seguridad y a darme cuenta de que estaba en una muy antigua casa. O una hacienda? agradable sensación. Muros muy anchos, techos de vigas cuidadosamente labradas. Observé el lugar: Me encontraba en lo que era una recámara de blancas paredes y pesados cortinajes a los lados de las ventanas, candelabros con cirios a medio consumir sobre pesados muebles, y limpieza y orden en todo aquello. Entre los dos ventanales, una cama muy arreglada con su almohada y preparada para usarse. Se denotaba austeridad.
Intrigado, quise ver otras partes de ese inmueble. Salí por una de las dos puertas de ese cuarto y llegué a una amplia sala. Dos sofás, varios sillones de estilos posiblemente “Luis Quince”, una pesada mesa de centro, un viejo piano, variados tapetes, mesas con candelabros... Obviamente, no había electricidad. En una de las paredes, colgaba el gran retrato de una dama. Muy bella, de aspecto distinguido y vestimenta de antiguos diseños. En las otras paredes, dos retratos de señores, posiblemente ancestros de la familia, uno de ellos con indumentaria militar y severa mirada.
En la mesa central, estaba cuidadosamente colocada una espada. Me acerqué a observarla: empuñadura con una parte dorada en su exterior, ya un tanto opaco tal dorado y su hoja con algún principio de óxido, ambos deterioros obviamente por efecto del tiempo.
Pero lo mas extraño: nadie. Ni personas, ni animales, ni ruido alguno. Soledad, la mas absoluta soledad y silencio.
Enseguida, pasé a un corredor, uno de cuyos lados estaba abierto al campo. Era un largo medio muro, un poco mas de un metro de alto que daba al exterior. Sobre ese medio muro habían dos columnas de madera sobre los que se apoyaba una larga viga que sostenía el techo. Desde tal lugar, se apreciaba un hermoso, muy hermoso campo. Verdes y extensos llanos, algunos árboles al lado de una pequeña presa y en la lejanía, montañas y bosques. El sol del atardecer iluminaba ese tranquilo paisaje y coloreaba las nubes con un leve tono naranja. Bienestar...paz... Quedé absorto un tiempo, no supe cuanto, contemplando ese bello panorama!
Seguí mi recorrido y llegué a otro cuarto, también amueblado con evidente sencillez y en una de sus paredes, un crucifijo tamaño natural, de gran calidad artística. Una larga y sencilla mesa, varias rígidas sillas... Al fondo, una puerta muy amplia, y al abrir una de sus hojas vi con asombro:
Era una gran capilla. A mi derecha, quedaba su altar, seguido de sus paredes blancas, sencillas, de austeridad franciscana sin adornos ni decoraciones, y en el centro de la nave algunas bancas. Y por fin algún sonido... un hermoso sonido, una música antigua y magnífica. Eran coros. Los escuché algún tiempo suponiendo que fuera la “Misa Solemne” de Beethoven. Era otra música, parecida pero muy hermosa. Era un gran placer escucharla!
Al igual que en mi anterior recorrido, absoluta soledad. Nadie que escuchara esa hermosa música. En el respaldo de la primera banca, cerca del altar, una prenda posiblemente de abrigo. Quizá una capa al parecer ahí olvidada.
¿Donde estaban los músicos, los cantantes que producían esas bellas melodías? Posiblemente arriba, en la parte posterior de la capilla, que desde donde yo estaba, no se alcanzaba a ver completamente.
Empezaba a oscurecer y ya estaban prendidas varias velas cerca del altar, que alumbraban escasamente la escena. Permanecí algún tiempo escuchando y observando complacido... y decidí retirarme. Si avanzaba en la oscuridad ya inminente, y en ese lugar desconocido, me podría ser difícil encontrar el regreso.
Ya casi a tientas, llegué a la estrecha puerta por la que regresé a mi biblioteca. Con algún esfuerzo, la abrí.
Entonces... Me encontré cómodamente recostado en el sillón cercano a la ventana. Pero reaccioné: No recordaba en absoluto, haberme recostado en ese sillón, pues esa tarde, antes de buscar el diccionario aquel detrás del cual se encontraba esa pequeña puerta, estaba sentado frente a mi escritorio estudiando un título de propiedad de un predio al sur del Estado, una de cuyas palabras requería la consulta del diccionario. Además, me extrañaba el realismo, la gran claridad y precisión de ese recuerdo o posible sueño. Me acerqué al diccionario, retiré libros y ahí estaba la rendija que enmarcaba la puerta. Ahora la veía solo ligeramente marcada e intenté abrirla nuevamente. La empujé y la presioné, pero esta vez no cedió en lo mas mínimo. No había ninguna puerta!
Me regresé a mi escritorio, y ahí... ahí estaba la espada que había visto en mi recorrido por la casa que había visitado. Era la misma espada, la misma antigua espada: Su empuñadura, con el dorado ya un tanto opaco, la hoja con algún principio de óxido Sorprendido, intrigado. Entonces... fue realidad?... fue un sueño??
Esa noche, llegué al comedor y mientras cenaba frugal y escasamente como siempre, entró Erasmo el chofer y me dijo: Señor: Vino su primo Enrique y quería hablar con usted, pero yo lo busqué por varios lados y no lo hallé. El señor Enrique le dejó dicho que como se estaba mudando de casa, la pedía de favor le guardara por algunos días un cofre antiguo, que está en el recibidor, y una espada que era de su abuelo. La puse sobre su escritorio.
HACIENDA “LA PROVIDENCIA DOS CAMINOS”.
“Barranquillas”. Pueblo perdido entre llanos, bosques y
barrancas, muy tranquilo, limpio y agradable.
Después, hicimos cuatro horas desde el pueblo hasta la
Hacienda en los caballos que para tal fin había llevado
Don Lute. Yo montaba, como siempre que iba allá,
“El Caporal”, un alazán claro, fuerte, dócil, de ancho pecho
y buena figura, que siguiendo su conocida costumbre en las
caminatas largas, bajó levemente la cabeza y tomó su paso,
ligero, suave y cómodo.
Cruzamos la barranca de “EL Bramadero”, el llano de “Los Odilones”, con su lejana y sombría arboleda, que da la agradable impresión de paz y reposo.
Por fin, llegamos a la Hacienda, a la antigua, querida e inolvidable Hacienda, propiedad de la familia desde hacía muchos años.
El gran casco lucía imponente. Su sólida mole reflejaba los cientos de años de su construcción, rodeada de frondosos árboles.
Al momento de nuestra llegada, el sol empezaba a ocultarse y el lado poniente de sus viejas paredes tomaban el color naranja propio del atardecer.
La puerta, la enorme y vieja puerta de madera de mezquite dividía la soledad del exterior de la casa, con la otra soledad, el silencio y la paz del interior del “casco” de dos pisos con su amplio patio y fuente al centro.
Hace muchos años, esas enormes construcciones fueron hechas por monjes mercedarios. Ese fue su convento, en el que vivían en paz y con su acostumbrada austeridad.
A principios del siglo pasado, y avisados de una nueva llegada de los revolucionarios o salteadores de entonces, los monjes decidieron huir de allí, temporalmente y hasta que se fueran esos invasores.
Algunos meses antes, esos mismos o quizá otros revolucionarios, habían arribado al convento y además de despojarlos de algunos de sus pocos bienes y alimentos, hirieron a varios de esos buenos religiosos y mataron a dos de ellos.
Ante esa nueva amenaza, los humildes monjes se fueron a ocultar a la cercana barranca de “Las Beatas”, de gran amplitud y enormes proporciones. En su fauna, había venados, jabalíes, coyotes, conejos...
Los religiosos se fueron a refugiar en la amplia cueva que ya conocían, que se abría en una de las laderas de esa barranca. Ahí se ocultarían mientras pudieran regresar a la tranquilidad de su convento.
Se abastecían de agua del río que corre en el fondo de esa barranca, y cada tres o cuatro días, caritativas personas del pueblo de Barranquillas les llevaban alimentos hasta la cueva, caminando por las veredas de las laderas de esa enorme barranca, hasta la triste ocasión en la que al llegar, vieron con sorpresa y pena que un gran derrumbe del techo de la cueva había caído sobre sus ocasionales ocupantes, quienes quedaron ahí sepultados.
El convento, y sus tierras de labor, fueron abandonados durante largo tiempo.
Fue la hacienda que años después adquirieron mis antepasados. Desde entonces, se mantenía de los escasos productos de sus siembras y con la periódica esperanza de que las siguientes cosechas fueran mejores.
Don Lute era ya de avanzada edad. Fiel y respetuoso, campesino auténtico y honesto, habitaba en esa Hacienda
desde su infancia. Realizaba gustoso y con la gran confianza de mis familiares, las siembras y la laboriosa conservación de todas esas construcciones.
Era tuerto. Contaba que en sus mocedades y en compañía de uno de sus hermanos, espiaba en las noches la parte inferior de la escalera que lleva a los pisos superiores de la “casa grande”.
Refería que de ahí, salían a veces unos monjes en procesión, y se perdían al final del corredor principal de la planta baja. Un día, partiendo leña, saltó una
astilla que se le clavó en un ojo, que inevitablemente perdió.
Días después, soñó que un monje le decía, que si seguía espiándolos, perdería el otro ojo. Nunca volvió a espiarlos.
Don Lute vivía en unas habitaciones a un lado de “la casa grande” con su esposa, doña Plácida, amable, servicial y quien comentaba que padecía insomnios y a veces tristezas, las que por allá llamaban “tiricias”.
A nuestra llegada, Don Lute me acompañó a la planta alta, al cuarto que ya, cuidadosamente limpio, habían preparado para mí. Se ubicaba al principio de un largo pasillo por el que se accedía a otros cuartos que fueron celdas de los monjes.
A primeras horas de la noche y con el apetito propio del cansancio, devoré la cena que me sirvieron en la casa de Don Lute: pollo, frijoles, tortillas y café de olla, y platicamos agradablemente.
Con la débil luz de mi vela, subí a mi cuarto. La cama era rústica pero muy cómoda, y dormí profundamente, supongo que unas tres horas.
Después...ruidos de algún objeto metálico que arrastraban... Eran cadenas? Pesada herramienta? Y luego... Voces lejanas prolongadas...algún largo, largo grito...o eran cánticos...o lamentos?... tres, cuatro veces. Provenían del fondo del largo pasillo?....o venían de la planta baja?
No tenía objeto encender mi vela. Quedé inmóvil durante largo y angustioso tiempo.
Cuando empezaba nuevamente a conciliar el sueño, sentí que alguien se sentaba cuidadosamente al borde de mi cama. Esta vez, seguro no era mi imaginación. Momentos después, dentro de mis sábanas moví un pié para asegurarme de que no había nada en mi cama, y...sí...sí había algo...alguien...Esta vez no era imaginario, lo podía sentir.
No pude dormir mas y sentí un gran alivio cuando por fin,
empezó el amanecer. Miré a la puerta, y estaba ligeramente abierta.
Me enjuagué la cara y los brazos en el “aguamanil”, la tradicional y antigua bandeja propia de las recámaras de hace muchos años. Lo hice, mas que por aseo, para despejarme de la desvelada y las angustias de la noche
Bajé pensando en un sabroso desayuno propio del campo. Me recibió don Lute, alegre, respetuoso, tranquilo. Y nos fuimos a la cocina.
No lo desperté anoche? me dijo un tanto apenado...Se soltó la vaca, y a esas horas, tuve que arrearla desde el pajar hasta su pesebre, y volver a cerrarle. Me ha de perdonar, a lo mejor le hice mucho ruido con la pala con la que le atranco la puerta del machero. Es que a veces este animal empuja la puerta, la abre y se va al pajar y ahí se la pasa toda la noche.
Y qué tal durmió? No tuvo frío? No le molestó el gato?
Es que este animal, a veces se sube a la cama y se echa a dormir a los pies de uno!
En esos momentos, llegó Doña Plácida. Después de sus
cordiales saludos comentó a su esposo: Ay Lute, anoche, otra vez no pude dormir... Esos ruidos en la casa grande! Qué arrastran? Y luego esos quejidos...No me dejaban dormir.
-Pero Plácida....No sentiste que era yo? Fui a meter a la necia vaca, que otra vez se salió. Tuve que arrearla casi a gritos...
-Si te sentí Lute, sentí cuando te paraste, al rato de acostarnos. Y te sentí cuando regresaste, pero los ruidos y los quejidos, fueron mucho después..y aquí, en el cuarto, los ratones otra vez! Ojalá mi hermana ya me devuelva el gato que se llevó la semana antepasada. También ella tenía ratones en su casa, allá en Barranquillas.
-Como Plácida?.... Entonces no era yo de los ruidos....?
fueron después de que metí a la vaca...?
Al escuchar esos comentarios pensé, con la consecuente angustia: Lo que se oía que arrastraban, y los gritos, cánticos o quejidos, no era Don Lute? Lo que sentí en mi cama, junto a mis pies, no era el gato...
Entonces...
DOCTORES…
Yo vine a verlo doctor,
Por problemas muy molestos
Recéteme por favor:
Me duele uno de mis “destos”
-Le duele uno de sus qué..?
-Mis huifites..compañones
Mis “destos”.. pues le diré
Uno de mis pelotones!
-Verá, no puedo ayudarle
Se lo digo y es un hecho
Procedo pues a aclararle:
Soy doctor.. .pero en Derecho!
- Ah caray, me equivoqué!
Y solo mi tiempo pierdo..
El huifite que me duele
Es... el del lado izquierdo!
Nadaba el tiburoncito
Junto al tiburón, su padre
Y el grande le decía al chiquito:
Si monjas llegas a ver,
No la vayas a morder
Por que esas...saben a madre!
Bésame ya, le decía
Apasionado y ardiente
Y ella, acercó lentamente
Su boca fresca a la mía...
Yo la contemplé un minuto
Y me retiré violento
Pues justo en ese momento
Se le salió un fuerte eruto!
(Se dice “eructo”, ya sé
Para que el versito salga
Por esta vez que se valga
Que se le quite la “c”)
VIEJILLOS.
Dos viejillos platicaban
Sus recuerdos, sus memorias
Y de sexo, sus historias
Con las que se entusiasmaban
Uno decía muy orondo:
Yo era muy conquistador
Soflamero y lucidor
Y hasta a veces, muy cachondo...
Y tenía una noviecita
Era toda una lindura
Que se llamaba Conchita,
Se apellidaba Segura
Segura...ella?... Concepción...???
La verdad, yo me alarmaba
Y mejor, por precaución
Ya ni la mano le daba.
Y el otro le comentaba:
Duermo con una señora
No me acuerdo bien quién es
Mi vecina? La doctora?
Mi profesora de inglés...?
Ahora ya me resigné...
La persigo y si la alcanzo
Nomás de inútil me canso
Pues ya no sé ni para qué...
Qué difícil se me hacía
Agarrar con un pellizco
Algo como malvavisco
Y meterlo en una alcancía!!
Ahora esos dos viejillos
Mejor platican de espantos,
De enfermedades, de santos
Y sordos, a puros gritos
CONTABA EL BORRACHO EN LA CANTINA:
Cuando me dicen cabr…
Luego luego me da sueño
Y es que cuando era pequeño
En la cuna me metían
Y enseguida me decían:
Ora duérmase… cabr…
BORRACHOS.
Sucedió realmente hace algún tiempo……
“La Punta”, le decimos al extremo norte del
conjunto de casitas que, en un bosque de las
faldas del Nevado de Toluca, poseemos varios
familiares y amigos. En ese sitio, “La Punta”,
termina el bosque y convergen dos barrancas:
la Barranca de San Juan y la del Río de La
Huerta.
Tarde tranquila y soleada, propicia para
caminar por el bosque con los rayos del sol
entre los árboles. Así lo hicimos mi esposa
y yo, y platicando agradablemente nos
dirigimos a La Punta, que se ubica
aproximadamente a un kilómetro de
nuestra casa.
Al llegar a ese lugar, apreciamos que en
la ladera del lado opuesto de la barranca de
San Juan, se encontraban sentados tres sujetos, jóvenes y evidentemente borrachos que entre risotadas y gritos, nos vieron y empezaron a
llamarnos, en forma retadora y burlona. Posiblemente, venían de algún pueblo vecino. Muy desagradables.
Con obligada prudencia, de inmediato pedí a mi esposa que regresara a la casa, en tanto yo esperaba en La Punta a que ella se alejara y evitar en lo posible que fuera agredida.
Al parecer, molestó a esos estúpidos borrachos que yo permaneciera en ese lugar y que, con discreción, volteara a confirmar si seguían allá sentados.
Después de algunos gritos amenazantes, uno de ellos enarboló un machete y seguido por los otros dos y corriendo con las limitaciones propias de la borrachera, llegó a la confluencia de las dos barrancas por donde podía acceder al lugar en el que yo me encontraba. Algo gritaba mientras agitaba amenazadoramente el machete.
Siempre que camino por ese bosque, a pie o a caballo, por cualquier eventualidad y en especial cuando me acompañaba mi esposa, llevo una pequeña pistola escuadra calibre 22.
Ante circunstancias tales, mi esposa alejándose pero aun a poca distancia, con un agresivo ebrio y dos sujetos acompañándole, no me quedó opción: permanecí en donde estaba, saqué la pistolita y con la ponderación que permitía el angustioso momento, pensé que tenía todo el derecho a defenderme y meterle un par de tiros. Aunque fueran solo calibre 22, podían hasta quitarle la vida. Pensé asimismo que, en conciencia, podría intentar evitar ese extremo, por lo que, estando el sujeto ya a escasos diez metros, le disparé un tiro muy cerca de los pies.
La bala levantó ligeramente la tierra en donde pegó el proyectil…y enseguida le apunté al pecho...Al escuchar el disparo, los dos acompañantes de este sujeto a quien seguían regocijadamente a alguna distancia, se ocultaron cobardemente atrás de una pequeña loma.
El agresor, muy retador, muy valiente y lucidor, seguro de que con su machetito podría atacar ventajosa e impunemente alguien inerme...
Pero por muy borracho que estuviera, al sentir el disparo muy cerca de sus pies, se detuvo de inmediato, desconcertado… ahora indeciso...
Así permanecimos uno frente a otro, por largos tres o cuatro minutos. Pude apreciar su figura: Mirada vaga, que si algo pudiera expresar, sería odio y destrucción... boca entreabierta con expresión idiota... desgreñado... sucio...
Si hubiera dado un solo paso mas, seguro le habría disparado. Algo mascullaba el imbécil, hasta que dio lentamente la vuelta, con su machetito, y tragándose su cobardía y decepción, se dirigió hacia donde sus amigos lo esperaban. Ya nada de actitudes retadoras, agresivas, de valiente de cantina... Resignación y posiblemente, a seguir bebiendo.
Tuve que esperar ahí el tiempo necesario para confirmar que se alejaran. Regresé a mi casa, esperando que mi esposa estuviera bien. Solo le comenté que los borrachos se habían ido. No tenía caso angustiarla.
Totalmente cierto. Yo no busqué el incidente. Solo tuve que afrontarlo obligada...ineludiblemente.
EL PANTEÓN.
“El Rancho”, le llamábamos a una serie de casitas
desperdigadas en un bosque en las faldas del
Nevado de Toluca.
Un lugar de reunión familiar, en los fines de semana
y por supuesto, en las vacaciones escolares.
Teníamos caballos, en los que mi hijo y cuatro
sobrinos, todos ellos con edades de once años en
promedio, recorríamos el bosque y sus alrededores.
Con ánimos de aventura, estos niños insistían en
visitar, de día, los panteones de los pueblos vecinos
para estudiar como acudir a alguno de ellos a las
altas horas de la noche.
El panteón elegido fue el del pueblo de Santa Cruz,
a algunos kilómetros del Rancho. A la siguiente
noche de la elección, abordamos el automóvil, y
serían las once cuando llegamos, en plena soledad
y misterio, a la puerta del cementerio.
Había luna. La puerta era de rejas, que rechinaron
suavemente al abrirlas. El panteón, como todos los
del rumbo, tenía algunos árboles frondosos y estaba rodeado por bardas de adobe. Algunas tumbas tenían su lápida; otras solo el montón de tierra apilada a lo largo, en forma de dos aguas, y su cruz. Al fondo, un cuarto con una modesta mesa en la que se tendían los cadáveres de los nuevos difuntos, para llevar a cabo las ceremonias previas al entierro. Conocíamos el lugar, ya que para eso lo habíamos visitado en el día, previa y cuidadosamente.
Parados en la puerta de entrada, decidimos sortear con monedas, “al disparejo” el orden en el que entrarían, y que el primero de los niños cruzaría el panteón, llegaría a la casita del fondo, y sobre la mesa aquella dejaría una pequeña armónica de boca, sin correr ni a la ida ni al regreso. El siguiente, la recogería y además, irían uno a uno en el orden en el que les hubiera tocado según sorteo que ahí mismo hicimos.
El primero que debía entrar, dijo que de plano, él no iba.
Pasó el turno al siguiente, quien ante la expectación y profundo silencio de todos, se adentró solo en la oscuridad del panteón, escasamente alumbrado por la luna y llevó la armónica hasta la mesa, la dejó y regresó, al paso y sin correr.
En tanto, el siguiente en turno, esperaba recargado de espaldas en el marco de la puerta de entrada al panteón, apoyado en un pie y con la otra pierna flexionada sobre su respaldo. Con las manos en los bolsillos y mirando al piso, confesó: “Caray tío, ya mero se me sale la caca...” pero era su turno y entró, y regresó con la armónica.
Así los dos restantes. Pero faltaba el primero, quien se había negado a ir, y a última hora, se animó a hacer también su recorrido. Entró caminando y cuando se había alejado lo suficiente, fui cuidadosamente a esconderme agazapado atrás de una tumba cercana al camino por el que debía regresar. Cuando pasaba a su regreso, cerca de mí, emití un profundo, lastimero, triste quejido.., y él empezó a correr. Creo que los primeros brincos los dio en el mismo lugar, derrapándose hasta que pudo tomar velocidad y llegar a la puerta en donde todos los demás lo recibieron con grandes carcajadas...
Nos regresamos muy satisfechos de nuestra aventura.
El plan, tuvo su objeto y resultados.
Con esa experiencia, los niños adquirieron una gran seguridad en sí mismos y perdieron el miedo a esas y otras situaciones que pueden ser, para otros, angustiantes. En varias ocasiones, pude confirmar que estos niños ya no padecían miedos irracionales. Mi hijo me comentaba que en su escuela, había platicado a sus amigos que en la noche había entrado solo al fondo de un panteón. No le creían. Pero yo le hacía ver, que lo bueno es que eso era muy cierto.
Hay una especial diferencia entre miedo y precaución. El miedo es una sensación irracional, destructiva, negativa, limitante, y si se analiza, se aprecia que no tiene ningún beneficio, a diferencia de la precaución. La precaución es cuidado, reflexión razonable que permite prevenir, y si es posible evitar, peligros o riesgos.
Mosca Verde
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